
Muchas veces me escucharán decir en alguna conversación al pasar, que el problema de la vida es que tenemos que tomar decisiones. La vida sería infinitamente más simple si no tuviéramos que hacerlo, si mágicamente alguien o algo (externo o interno) decidiera por nosotros, y así evitáramos el incordioso instante de la duda, el momento de la indecisión, el minuto de creerse errado, acorralado, intermitente.
Pienso que tomar una decisión implica perder algo, y no nos gusta perder. Estamos educados en la ciencia del éxito, en la religión del triunfo, en las espesas aguas del ganar o ganar. Pero, ¿a dónde llegamos con esta doctrina? ¿Qué clase de seres humanos estamos creando o formando bajo la omnipotente sabiduría del triunfo?
Uno como yo., que prefiere no tener que decidir.
¿Por qué?
Porque tomar una decisión es ponernos frente a algo, estar cara a cara con el problema, y con la solución. O con la fe en la existencia de una posible solución. Y es eso lo que nos incomoda. La posibilidad de una solución, la posibilidad de un soltar, un dejar ir, un perder. Nos duele porque así estamos seteados. Está mal perder, no debemos soltar, no debemos resignarnos, pase lo que pase.
Pero también, oh vida mía:
Decidir es elegir, y en este supermercado que es la vida uno quiere todos los productos, no se conforma con una sola góndola. Quiere más y más. Y sobre todo, lo que no posee.
La pregunta es ¿estamos obligados a elegir? ¿Estamos condenados a tomar decisiones, a escoger una opción por sobre otra? ¿Es posible un pasar por la vida sin la toma de mayores decisiones, sin elecciones concretas, simplemente aceptando todas las opciones, en una especie de virtualidad infinita donde millones de mundos fueran posibles? ¿Si nos vaciamos de todo elemento material, si dejamos ir todo y no nos aferramos a nada, entonces hay algo que elegir? ¿Cuáles son las opciones del hombre que decide ser pluma en el viento, pasos en la oscuridad?
Observo a los linyeras de la ciudad una y otra vez y me hago la pregunta ¿Qué se siente? ¿Cómo es una vida donde errar y desaparecer es la única decisión tomada? ¿Que será sentir que a cada nuevo día no debo decidir entre abrir o no abrir una ventana, no debo decidir entre salir o no salir a la calle, ir al trabajo o no ir al trabajo, llamar a mi madre o no llamar a mi madre?
Quizás, quizás, un mundo sin decisiones no fuese tan terrible, quizás abortar la toma completa de decisiones nos despierte a una existencia sin dualismos, sin triunfo ni derrota, sin sol ni sombra, sin pérdida pero también sin apego.
Pero decidimos.
Estamos obligados a hacerlo.
Lo hacemos queriendo.
Lo hacemos odiando.
Lo hacemos bien.
Lo hacemos mal.
Pero qué pasaría si...
Qué pasaría si no hubiese que decidir
NADA
¿Eh?
No me respondo. Prefiero no tener que elegir una respuesta. Me escondo debajo de la mesa y cuento hasta dormirme, como un niño que sueña y en sus sueños no elige nada. Todo está dado, allí, desordenado y vital.
Eso es: Si la vida sucediera sin decisiones ni elecciones, sería un sueño.
Pienso en todo lo escrito y digo: Este post no concluye en nada, no toma una sola decisión. Es contradictorio.
Ma` sí, bienvenidos a la vida.